miércoles, 24 de abril de 2019


A veces no sé cómo puedo vivir con tanto frío, me acurruco y espero que pase la tormenta. Pienso que no puedo aguantarlo y me entran ganas de arrojar al precipicio mi corazón cansado. Me cansa tanto el puro teatro de la vida, la gente sin alma, pisándose unos a otros mientras se sonríen, dándose zancadillas, puñaladas traperas....
Nunca quise tener nada que ver con eso, vivir a mi modo fuera de normas y jaulas, sin tener que bailar al son al son que tocan otros.
Cierro los ojos y la veo, también con frío, a través de la tormenta, y alargo mi mano cuanto puedo pero nunca la alcanzo.
La tormenta estaba hecha de un mar de lagrimas y yo estoy empapado de ellas y así lo siento en el interior de los temblores de mi cuerpo, calado hasta los huesos.
Cierro los ojos porque no quiero abrirlos, perder el hilo conductor que a su imagen me une hasta los siglos. Hasta el fin de la condición humana. Y no lo entiendo.

Dejó mi mente en blanco y aparece, no se va la tormenta por mucho que lo intento. No está de moda mostrar los verdaderos sentimientos si hablan de sufrimiento. Prefiero vivir de puertas para adentro. En este mundo actual de tanto escaparate, de tanto establecido, bueno/ malo. No te conviene esto, o el que dirá la gente...


Lo único que sé es que a pesar del tiempo siento que soy un niño con los pies descalzos caminando debajo de un puente de la Darsena soñando con ser músico. Yo no quise un tambor....

Yo solo quería una trompeta.

Para soplar el viento de todas las tormentas y beberme sus lágrimas de sal y de ventisca.

Y entonces pienso si los sueños son nuevos o los tenemos desde muy antiguo... desde el principio del existir del tiempo.