Desde que descubrí a Edward Weston ya no miro las frutas de otra forma y sueño con el pimiento de su foto. Mi padre dice que el que presume de tomates, pocos se come y en donde vivo ahora se desata la guerra del tomate más Gordo, más bonito, el de mejor sabor y más lustroso.
Yo me quedo con éste, no sé si será de nuevo una señal o la naturaleza que es sabia y caprichosa y nos pone a tiro éstas preciosidades. No hay comparación posible cuando vas al huerto y, previamente equipado con navaja y puñado de sal en el bolsillo. agarras el tomate y lo abres por la mitad y lo degustas in situ mientras compartes una mirada cómplice, sin palabras, tan solo compartes el MMMMMMMMM mientras agitas la cabeza arriba y abajo.
Lo podría explicar mejor pero no es posible trasladaros la experiencia, es como el primer beso con lengua, como cuando acaba la tormenta y clarea y queda el olor húmedo y limpio de la tierra mojada, de las hojas caidas, como una buena chimenea reconfortante, como un tema de George Benson, como un buen encuentro en la calle, como un masaje a tiempo, como una derrota clara y asumida para un pesimista, como un jacuzzi debajo de un nogal en buena compañía.
Se deshace en la boca.
Pequeñas cosas, puntos de vista, grandes sabores escondidos en costumbres olvidadas como es sembrar, o criar lo que uno se come, con los cinco sentidos.
Primero con la vista.
El tomate, de mi padre.
Otro día os hablo de las cebollas del colorao en Conil y de las lechugas rosas del Ronquillo.
Abrazos y besos, sobre todo a los perdidos.
A ver si dan señales...
Pepe Ortega.